Un estudio controlado aleatorizado (RCT) evaluó la eficacia de la intervención y concluyó que el programa tuvo efectos heterogéneos según el sexo del cuidador. Mientras que, por un lado, aumentó el estrés y la ansiedad entre los hombres, por otro, entre las mujeres, redujo la violencia contra los hijos/as en un 18% [1].
El RCT se realizó a nivel individual, con 3.103 cuidadores de niños/as de 0 a 8 años. Un grupo de investigadores se asoció con la ONG Glasswing para llevar a cabo la mencionada evaluación de impacto.
Los cuidadores del grupo de tratamiento recibieron hasta cuatro mensajes (SMS/WhatsApp) por semana durante ocho semanas consecutivas. Antes de la intervención, se recogieron datos sobre la salud mental de los cuidadores, la impulsividad, las interacciones entre cuidadores e hijos/as, las actitudes hacia la crianza violenta, la perpetración de actos violentos y otras características sociodemográficas. Un mes después de finalizar el programa, se volvió a evaluar a los cuidadores.
Mediante un RCT, se encuentra que la intervención aumentó el estrés y la ansiedad de los cuidadores de sexo masculino, y disminuyó sus interacciones con los niños/as a su cargo. En tanto, no se detectan cambios en la salud mental de las cuidadoras de sexo femenino y se observa una disminución de la violencia física ejercida por ellas contra los niños/as a su cargo. Estos resultados difieren de los generados por las intervenciones presenciales originales, pero se ajustan a las teorías que relacionan la privación económica y la estructura familiar con la sobrecarga cognitiva y la salud mental de los cuidadores y las cuidadoras.
Los autores creen que el efecto inesperado encontrado en relación con el estrés está asociado al contexto pandémico, en el que la introducción de una tarea adicional en la rutina generó retos adicionales.